dependencia emocional
La dependencia emocional es el resultado, bien de la supergratificación en la infancia, o bien de una gran frustración por un cambio brusco como consecuencia, por ejemplo, de la pérdida de un ser querido. Esto genera una incapacidad de resolver problemas propios de la edad.
Sentirse apegado a alguien es creer que al otro le interesa mi bienestar, me acepta y valora, me protege utilizando sus propias energías y recursos. La conducta de apego, única conducta instintiva con determinación biológica, implica la búsqueda de proximidad con la figura que protege. Esta figura otorga la confianza y seguridad necesarias para poder afrontar las dificultades de la vida. La conducta de apego se extiende, “de la cuna a la tumba” y es originada por desencadenantes específicos: el temor, la amenaza, el dolor, la enfermedad, el peligro, la soledad. En estas situaciones, la persona siente la necesidad de la presencia tranquilizadora de su figura de apego. Si no ocurre, se sentirá solo.
La conducta de apego es de enorme importancia en los primeros años de vida, los primeros tres, los dos siguientes y los diez años que continúan. En la adolescencia hay un doble movimiento: la persona se aleja de sus objetos originales, los padres, e integra nuevos objetos como figuras de apego, los pares. En la edad adulta, la figura de apego más fuerte y duradera es la pareja, con quien se comparte el vínculo sexual y de protección.
Existen otros vínculos que otorgan nutrientes emocionales específicos, por ejemplo los amigos que son parte integral de nuestras vidas. A veces reemplazan las relaciones familiares, y a menudo son el punto de partida de relaciones amorosas. Los amigos brindan significado a la vida, la posibilidad de compartir y desarrollar con iguales proyectos no desplegados en la pareja.
En la vejez cambian nuevamente los apegos. La figura de apego no necesariamente es aquella con la cual uno comparte cada momento de la vida, sino aquella en quien se puede confiar que estará presente para tomar una decisión importante o para sintonizar las emociones. A veces puede ser un hijo adulto que no vive en la misma ciudad, pero en quien uno confía y siente que, cuando lo necesite, estará presente. La soledad por aislamiento emocional se atenúa en la edad avanzada y por lo tanto los ancianos experimentan menos apego y soledad, según distintos estudios psicogerontológicos.
Lo que caracteriza centralmente a una figura de apego es que se la percibe y se la siente como proveedora de seguridad, como alguien a quien le importa escuchar, es accesible, confiable, interesado y comprensivo. La percepción de la existencia y presencia de una persona con estas características es un antídoto contra la ansiedad que puede desembocar en depresión.
Las experiencias de angustia de separación y pérdida en los niños y en los adultos comparten sus características esenciales: tensión, desasosiego, necesidad de búsqueda, focalización de la atención y el pensamiento en el objeto perdido, incomodidad, angustia. En algunos casos –migración, divorcio, viudez– la persona que se siente sola identifica claramente los vínculos ausentes. Se considera que el objeto añorado puede estar claramente delimitado: una persona amada y perdida, o ser vagamente definido, un amigo idealizado o fantaseado.